sábado, 21 de enero de 2023

CUENTOS NAVIDEÑOS

 LA CENA DE NAVIDAD


    Era Navidad, todos los amigos de Marcos hablaban de ello. Pero Marcos no era una
persona que viera la Navidad como algo demasiado relevante. Para él eran una simples
vacaciones más.

    Iba a pasar las fiestas con su familia, y, como era de costumbre, su tía iba a preparar la cena.

Esa misma tarde, Marcos se estaba preparando para la cena.
-¡Marcos!- Llamó su madre- ¡Vamos! ¡Tu padre nos está esperando en el coche!

    Bajó rápidamente las escaleras de su casa y entró en el coche. El viaje a casa de su tía
transcurrió tranquilo, su madre hablaba de cómo le había ido en el trabajo mientras, que su
padre, con la mirada fija en la carretera, le prestaba atención.
   
    Después de una hora, llegaron a la casa de su tía y, luego de los largos saludos, se sentaron
todos alrededor de la mesa.
-¡No está!- Gritó su tía desesperadamente- ¡El pollo ha desaparecido!

    Inmediatamente toda la familia se dispuso a buscarlo por la casa. Marcos, junto a sus primos,
buscaban mientras hacían bromas y reían, ya que, la situación era un tanto descabellada. El
hambre se hizo inminente, pero no importó, nada importa cuando eres un niño y estás feliz.
Pronto comenzó a amanecer, y sus padres y su tía los llamaron. ¡El pollo se lo había comido el
gato! Todos echaron a reír.

Tal vez no habían tenido una Navidad convencional con regalos, comida… Pero habían estado
junto a las personas que más amaban, y al fin y al cabo, esa era la importancia de la Navidad.
Y, así finalmente, Marcos comenzó a entender la ilusión navideña.

Carmen Alonso Carreño, 1º ESO B

CUENTOS NAVIDEÑOS

 ¿ERES TÚ, ABUELO?

    -Las estrellas, esas esferas de gas que ves en el cielo cada noche tras el atardecer, tienen
sus propias historias. Algunas las contaron en su vida pasada, pero otras... Otras ni siquiera
llegaron a conocer a alguien con quien compartirlas. Quiero que sepas, Alma, que cuando yo
no esté aquí contigo seré la estrella que te guiará, y siempre me podrás decir lo que te pase.-

    Ese pequeño monólogo se lo repetía su abuelo a menudo, mientras estaban sentados en el
porche de su casa o simplemente mirando por la ventana el uno junto al otro, hasta que casi un
año antes él falleció.

    Alma siempre se repetía esas palabras en su cabeza, día tras día, mientras veía cómo
cambiaban los colores del cielo hasta llegar a un azul oscuro y profundo abarrotado de
pequeños destellos a cada cual más brillante.

    Lo que no sabía era que le echaría tantísimo de menos en Navidad. Concretamente la
Nochebuena. Era casi insoportable necesitar un abrazo de alguien que no está.

    Se limpió con el dorso de la mano una lágrima que se le había escapado contra su voluntad.
Esbozó una sonrisa amarga. ¿Por qué no podía volver su abuelo aunque fuera esa noche?
¿Tan complicado era? Ella solo deseaba eso para Navidad, mientras que otros niñosperdían el
tiempo buscando cualquier ridículo juguete que pedir.
-¡Alma, baja a cenar! -la voz de su madre desde la cocina, donde tenía la costumbre de
pasarse el día entero hasta la hora de cenar en familia. Ya le llegaba a Alma el ligero olor de la
deliciosa comida de su madre, y se le hizo la boca agua.

    Fue a darse la vuelta para hacer lo que su madre le había dicho, pero por el rabillo del ojo vió
una estrella que le llamó la atención más que el resto. Se volvió a girar y se asomó por la
ventana, más interesada que antes. ¿Por qué le daba la sensación de que brillaba más que las
demás?

    Frunció el ceño, confundida, y creyó reconocer la constelación de Orión, pero abrió mucho los
ojos al darse cuenta de algo. ¿Sería esa estrella tan deslumbrante su abuelo, y la estaba
saludando? Sí, era él. Estaba segura.

    Cómo era posible que lo supiera era un misterio... pero era una certeza que creería de por
vida.

    Sonrió, emocionada, y empezó a agitar la mano como devolviéndole el saludo a su querido
abuelo. Le dió la sensación de que ahora brillaba con más intensidad la estrella, si bien sabía
que era imposible. Pero ella no perdió la ilusión, y siguió sonriendo ampliamente, hasta que un
grito de la planta inferior la sacó de su ensoñación.

-¡ALMA!

    Pegó un brinco, asustada, y se apresuró a bajar las escaleras casi corriendo. No fue hasta
que llegó a la puerta de la cocina cuando se dió cuentadel murmullo constantre que provenía
del salón. Se acercó a su respectiva puerta, cautelosa, y al abrirla su expresión fue digna de
enmarcar.

    Estaban sus amigos y amigas más cercanos junto con la mayoría de su familia esperándola,
colocados en dos filas una detrás de la otra. En cuanto la vieron, comenzaron a cantar un
villancico con bastante coordinación. Su madre le hizo un gesto para que se acercara. Y eso
hizo, todavía pasmada.

    Sin siquiera darse cuenta, había empezado a cantar ella también y poco después se
encontraban en el patio de la casa. Había empezado a nevar un rato antes, y ya una capa de
nieve cubría el asfalto de la carretera y la hierba del jardín. Alguien lanzó la primera bola, y a
esa le siguió otra y otra. Empezaron una guerra de bolas de nieve, llena de risas y gritos.

    Alma fue la más feliz de ahí. En un momento dado, desvió la mirada al cielo hasta que
encontró la estrella en la que se había convertido su abuelo, exactamente en el mismo sitio.

    En ese momento se dio cuenta de algo.

    La Navidad no la debía pasar lamentándose por la ausencia de un ser querido. Aunque le
echara en falta, esa época del año era para pasarla con las personas que sí tenías contigo.
Riendo, sonriendo, hablando, comiendo... Había tantas cosas para disfrutar que no las debía
dejar pasar. Y menos, sabiendo que la persona que no estaba habría disfrutado de estar ahí. Y
probablemente lo hacía desde el cielo, en forma de esfera de gas brillante.

    Porque esa estrella la guiaría, tal como su abuelo había dicho que haría incontables veces.

    La sonrisa de su cara fue la más real que había esbozado ese último año.

    -Feliz Navidad, abuelo -murmuró, mirando la estrella.

Paula Gámez Pertíñez, 2º ESO A

CUENTOS NAVIDEÑOS

 LA CAJA DE HERRAMIENTAS


    Son las 8 de la tarde y el señor Martín acaba de cerrar la puerta de su negocio. Es una tienda de las que llaman “de barrio”. Él ha tenido más suerte que otros comerciantes de la zona, que han ido perdiendo su clientela por culpa de los grandes centros comerciales de las afueras de la ciudad.

    Hoy ha sido un día ajetreado. El señor Martín ha recibido el pedido que suele llegar por estas
fechas próximas a la Navidad. Ha estado llenando el escaparate y las estanterías con todo tipo de juguetes y adornos navideños. Y se marcha a casa cansado pero satisfecho, y además sabe que le esperan días de mucho trabajo.

    Lo que no sabe, ni se imagina, es lo que ocurre en su tienda cuando él se marcha. Esos objetos
navideños que ha estado colocando con tanta paciencia y cariño, ¡cobran vida!

    Hay juguetes que vienen de diferentes partes el mundo y se conocen cuando llegan a esta tienda. Cada uno tiene su historia y hace amistad con todos los demás. Y cada uno demuestra sus habilidades. Los saltimbanquis de madera hacen saltos acrobáticos, las Barbies hacen desfiles de moda y los coches pasean a otros juguetes por toda la tienda. Todos están ilusionados y nerviosos pensando en el día que algún cliente los compre y se los lleve a alguna casa, y pueda divertir a algún niño.

    Pero el mejor momento llega antes de irse a dormir. Cuando el viejo abeto del escaparate, que ha estado en la tienda desde que se abrió, les cuenta una de sus antiguas historias navideñas.
El viejo árbol, alumbrando la oscuridad con sus luces, llama a todos los juguetes para que se
sienten cerca de él y empieza a hablar:
“Hola a todos, quiero daros la bienvenida a la tienda del señor Martín. Esta noche os quiero
contar un cuento navideño llamado La caja de herramientas.
    Hace mucho mucho tiempo, llegó a esta tienda una joven cajita de herramientas de juguete, llena de tornillos, tuercas, un martillo, alicates, llave inglesa…
El señor Martín la colocó en el escaparate, al lado de otros juguetes. Tenía mucha ilusión por
divertir a los niños y estaba siempre atenta a los que pasaban y miraban el escaparate. Se imaginaba que pronto llegaría alguien que la iba a comprar para regalarla y hacer feliz a un niño.

    Pero el tiempo pasó y pasó y no hubo nadie que la comprara, ni ese año ni los años siguientes. Su ilusión y alegría se fueron apagando y llegó un momento en que no le apetecía ni oír mis historias. Vivía triste y apagada porque año tras año, los juguetes se iban marchando a diferentes casas y se quedaba sola conmigo cuando llegaba la noche de Nochebuena. Sentía que era un juguete inútil y pienso que dejó de creer en el espíritu navideño.
    Sin embargo, yo estaba convencido de que todo cambiaría algún día. Y así fue.
    Una noche de Navidad, mientras intentaba consolarla contándole una de mis historias, oímos un
estruendo enorme en la calle. Ya era muy tarde; de madrugada. Miramos hacia la calle y vimos a un
hombre alto, con barba blanca que se acercaba hacia la tienda. Detrás de él, entre la niebla se veía
resoplar a unos ciervos. No podíamos creer lo que estaba ocurriendo. Este hombre se acercó al
escaparate y miró fijamente a mi amiga, la caja de herramientas. Y vi como su mirada y su cara se
llenaban de alegría. Se giró y le habló a los ciervos.
- Ya tengo la solución – les dijo con acento raro.
Se volvió otra vez hacia el escaparate y le dijo a la cajita:
- Por favor, tienes que ayudarme. Mi trineo está averiado y necesito arreglarlo. A estas horas no
hay ningún taller abierto y tengo que repartir un montón de juguetes.

    No podía creerlo, aquel hombre tan raro era Papá Noel. No sé como lo hizo pero entró en la tienda y cogió a mi amiga para poder arreglar la avería. Usando sus herramientas reparó su trineo y siguió su camino. Pero…..¿Qué creéis que ocurrió con la caja de herramientas?

    Que se marchó con él para ayudarle cuando lo necesitara. Y así mi amiga, la pequeña cajita, sintió por fin que era útil y que colaboraba para hacer felices a los niños, ayudando a repartir los regalos”

    Y así termina la historia del viejo abeto, con los juguetes emocionados a su alrededor y él les
desea buenas noches apagando poco a poco sus luces y susurrando una frase…”Nunca pierdas la ilusión”

Mª Ángeles Lucena Pozo, 4º ESO C